Una obra de teatro.


¿Alguna vez estaría bueno sentirse protagonista? Debe ser lindo sentirse importante, sentir que tu ausencia se nota. La indiferencia que el resto puede llegar a sentir hacia vos es lo que determina cuan protagonista sos. Podés ser de los que salen en todas las escenas, de los que tienen momentos de gloria aunque aparezcan poco o de los que salen de fondo caminando en alguna escenita por ahí. Lo triste de eso es que no lo manejas vos, lo maneja el director, un señor egoísta y siempre quejumbroso llamado destino, llamado sociedad, llamado contexto; vaya uno a saber.
Para ser protagonista tenés que armar tu propia obra, tu propia vida. Llenarla de efímeros momentos de gloria, de nostalgias futuras, de ser imprescindible. Eso último es lo  más destacable, ser imprescindible. A fin de cuenta no importa si sos de los que salen en todas las escenas, de los que tienen momentos de gloria aunque aparezcan poco o de los que salen de fondo caminando en alguna escenita por ahí; lo que importa es cuan necesario, cuan añorable sos para la gente que te importa. Si no hay reciprocidad, buscá nuevos concurrentes en otros teatros. Pero recordá: aunque a tu obra vayan sólo uno, dos o cinco espectadores, seguro, pero seguro que esos serán los que valgan la pena.

Creer

¿Hay algo más triste a que alguien deje de creer en vos? Yo creo que no. Habla mal de uno, de lo que representaba y de lo que se sentía frente a esa otra persona. De lo que esa persona creía que eras, de lo que esperaba de vos. Cuando perdés toda credibilidad, perdés todo. Los lazos ya no son los mismos. Nadie cree en lo que decís ni en lo que te proponés. Por eso puede ser muy triste y decepcionante, la estima se pierde totalmente.

Así que solo queda tratar de demostrarte a vos mismo de qué podés ser capaz. Tropezar una y mil veces, siempre con el apoyo incondicional de la voluntad. Porque el resto ya te inventa vencido, muerto. Y no van a volver a creer en vos, asi que limitate a pensar solamente en afirmarte a vos mismo. Es lo único que te queda cuando nadie quiere, ni se arriesga, a poner una mano en tu hombro luego de haberte visto caer.

¡Los dedos índices me señalan!


¡Los dedos índices me señalan!
Grita entre sollozos quién paranoico está. Pero es justificada su reacción pues los dedos están al acecho. Se tapa los ojos con sus manos y aparenta esconderse muy adentro. Pero cada tanto, cuando la curiosidad lo puede, corre un poco la palma y espía con cautela. ¡Pero lo siguen apuntando! ¡Los dedos índices me señalan! Grita de nuevo y esta vez, además de enceguecerse, empieza a trotar en dirección opuesta a su martirio.
Llega lejos, a una inesperada soledad. Se destapa los ojos y contempla en derredor. Nada. Calma y reflexión. Esos dedos, ¿qué se creen que son para apuntarme? Ellos también están llenos de imperfecciones, son huesudos, y tienen uñas muy sucias. ¿Pero… por qué mi dedo también está señalando ahora?
¡Los dedos índices me señalan! Grita, y es que han vuelto a aparecer. Pero él también los señala. Se señalan. Los de él se ocupan de los de ellos y viceversa. ¡Los dedos índices se señalan!

Sobre mí

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No me sé describir a mí mismo. Lo dejo a la percepción del que me conoce y al prejuicio del que no.

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