Poema de Ko Un






La vela blanca

Nadie desea la tempestad, ¡esto es cierto!
Y, en cambio tú, blanca vela ahí fuera en el mar,
en lo hondo del corazón esperas que llegue la tempestad.
Porque sólo durante la tempestad
logras estar viva.

Oh, blanca vela paciente y nostálgica en el gran mar azul!
La lucha ha empezado.

Mi mirada no se aparta de ti.

Entre la hierba, bajo mis pies,
incluso una brisa suave es tempestad.

"Ko Un", De Estrellas en el país natal, 1984.

El reloj



El reloj

Lo que voy a contar a continuación me sucedió un lunes 11 de noviembre, hace varios años. Por aquel entonces, estudiaba yo en la Universidad de La Plata y alquilaba, junto a un amigo, un pequeño departamento en el quinto piso.
Todo comenzó a la tarde, cuando a último momento, Marcos me avisó que no iría a La Plata sino hasta el martes. Aquel mensaje de texto me puso de buen humor, pues en épocas de finales, nada mejor que estar solo para estudiar sin ser molestado por otra presencia. Sin embargo, no pude estudiar más, estaba saturado, estresado y nervioso. Cabe aclarar que venía estudiando hacía varios días. Decidí que lo mejor sería distraerme un poco. Afuera llovía torrencialmente. Prendí un rato la televisión mientras me tomaba unos mates. Cuando quise darme cuenta, ya era tarde, me había enganchado perdidamente con una película de terror que insólitamente daban a la tarde. Siempre fui asustadizo (por no decir cagón) con el género, pero también creo que las películas de miedo provocan cierto masoquismo en quien las sufre, pero que por alguna razón fuera de mi entendimiento no puede dejar de verlas.
Cuando la terminé de ver me arrepentí mucho por no haber cambiado de canal. Lo hecho, hecho está. Traté de quitarme las imágenes horrorosas de espíritus y casas poseídas con un poco de música. Empezaron a sonar The Doors. Me tranquilicé, aunque su música no fuese particularmente alegre. Sólo necesitaba distracción.
Casi sin darme cuenta, cayó la noche. Ya no estaba asustado, cené tranquilo y luego me acosté a leer. Pero los problemas comenzaron cuando apagué la luz. Allí yacía yo, acostado en la penumbra, rodeado de un silencio pesado pero repleto de ruidos en mi cabeza. Automáticamente vinieron a mí las escenas de la película y sus diálogos traumáticos. Como tratando de inyectar anticuerpos en mi mente, me puse a contar ovejas, a repasar lo que había estudiado, a pensar en personas, en la mar en coche y nuevamente vino la calma, que pareciera haber ganado la lucha dentro de mí. Bostecé. Ya venía el sueño, nada de qué preocuparse, al otro día vendría Marcos, de a poco olvidaría la fatídica película y asunto terminado. Dormité unas horas, pero cuando me moví para cambiar de posición escuché un tic-tac, un sonido que de pronto irrumpía en la habitación. El reloj. Jamás en todos aquellos años había prestado atención al ruido de las agujas al avanzar de segundo en segundo. Pero el reloj siempre había estado allí colgado en la pared pese a mi indiferencia, y sus agujas giraban y giraban en todo momento en mis horas de sueño. ¿Por qué ahora me molestaban? De golpe mi corazón comenzó a retumbar en mi pecho y lo escuché justo en el instante en que las agujas del reloj callaban efímeramente. Vaya ritmo: tum-tum, tic-tac. En la película sucedía algo todas las noches: el reloj se detenía a las 3 AM. Según contaba la historia, porque era la hora en que aparecían los espíritus.
Me destapé rápidamente, encendí la luz y miré la hora. Faltaban más de sesenta minutos para las 3. Desesperé y mi cabeza empezó su maquiavélica paranoia: tengo que dormirme antes de las 3, no vaya a ser cosa que esté despierto y el reloj se detenga. Sería terrible, ¿Qué haría en el hipotético caso en que un espíritu me visitara? Saldría corriendo a la calle…. ¿Y luego? Quizá lo mejor sea sacarle las pilas al reloj, pero de esa manera jamás sabré qué pasó realmente a las 3 y también sería rendirme ante un hecho que es poco probable que suceda. Eso queda descartado. Tengo que enfrentar la situación. Lo mejor va a ser tomar un vaso con agua e intentar dormir y a la mañana saber si el reloj siguió su curso o se detuvo.
Todo aquello se cruzó por mi mente en sólo unos segundos. Seguí el plan. Luego de beber agua, apagué la luz y me tapé acostado en la cama nuevamente. El corazón no cedía el ritmo de sus pulsaciones. Me acaloré, así que me destapé. Pero me sentí instantáneamente desprotegido (cómo se miente uno, como si la frazada fuese un escudo protector) y me volví a cubrir. Transpiraba al ritmo que me repetía “dormite, dormite”; pero sabido es que cuanto más jodés al sueño para que venga, menos viene. En ningún momento de aquella interminable noche pude razonar coherentemente. Jamás pensé en todas las lunas que había pasado solo y nada había sucedido con el reloj. Ni tampoco en las noches venideras que tendría que pasar el resto de mi vida. no, todo se resumía a aquel presente nervioso y pensaba que, con mis pensamientos, había invocado la posibilidad de que el espíritu me escuchase y viniera.
De más está decir que no concilié el sueño. Qué alguien me dé un mazazo en la cabeza. ¿Por qué no tengo un puto somnífero? Con la luz encendida tenía menos miedo. Me senté en la cama y me quedé contemplando el bendito reloj.  Tic-tac. Quedaban diez minutos para las 3. si lograba superar la situación…¡Qué tranquilo dormiría! Pero estaba negado, presentía que se iba a detener. Tic-tac. Cinco minutos. Las manos mojadas, las paredes parecían acercarse a mí para aplastarme, el aire estaba caliente. Quise pararme para abrir una ventana pero ya era demasiado tarde. El reloj marcaba las 3.
Y entonces nada, las agujas seguían su curso normalmente. Respiré hondo. Calma. Pero aún no eran las 3 y un minuto cuando el reloj se detuvo. Se me nubló la vista, entré en pánico. Para mí el mundo entero había dejado de girar. Traté de ponerme de pie para arrojar el reloj por el balcón pero perdí el eje y me desplomé medio desolado medio aliviado. Sentí el golpe en la nuca.
Marcos siguió viviendo varios años más en ese departamento. Yo no, sólo lo visito de vez en cuando. La primera vez que lo hice hablamos sobre lo que pasó aquella noche de noviembre.
_ Pero Marcos, el reloj se detuvo a las 3. Yo lo vi.
_ Sí, es que se quedó sin pilas. Las probé en el control remoto de la tele y tampoco funcionaba.
_ Menuda coincidencia fatal. – le respondí aquella noche de visita a las 3 de la mañana.  

Poema de Emily Dickinson

632

El cerebro - es más amplio que el cielo -
colócalos juntos-
contendrá uno al otro
holgadamente - y tú - también
el cerebro es más hondo que el mar -
retenlos -  azul contra azul -
absorberá el uno al otro -
como la esponja - al balde -
el cerebro es el mismo peso de Dios -
pésalos libra por libra -
se diferenciarán - si se pueden diferenciar -
como la sílaba del sonido -

Perspectiva

Perspectiva

Dentro de mis ojos
se abre el canto hermético
de las simientes que
no florecieron.

Todas sueñan un fin
irreal y distinto.
(El trigo sueña enormes
flores amarillentas.)

Todas sueñan extrañas
aventuras de sombra.
Frutos inaccesibles
y vientos amaestrados.

Ninguna se conoce.
Ciegas y descarriadas.
Les duelen sus perfumes
enclaustrados por siempre.

Cada semilla piensa
un árbol genealógico
que cubre todo el cielo
de tallos y racimos.

Por el aire se extienden
vegetaciones increíbles.
Ramas negras y grandes,
rosas color ceniza.

La luna casi ahogada
de flores y ramajes
se defiende con sus rayos
como un pulpo de plata.

Dentro de mis ojos
se abre el canto hermético
de las simientes que
no florecieron.


Federico García Lorca

Sobre mí

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No me sé describir a mí mismo. Lo dejo a la percepción del que me conoce y al prejuicio del que no.

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